Adiós al ángel de la emoción: se fue Mahler, pero nos deja la eternidad en partitura
Por Agencia de Guardia
Adiós al ángel de la emoción: se fue Mahler, pero nos deja la eternidad en partitura
Por Agencia de Guardia
Este sábado el telón bajó para uno de los grandes. Se fue Ángel Mahler, un tipo que hizo de la música una catedral emocional, donde muchos fuimos feligreses sin darnos cuenta. Tenía 64 años, y venía dando batalla —como un verdadero gladiador lírico— a un melanoma que no tuvo piedad, pero tampoco logró empañar su lucidez, su dignidad ni su tremenda entereza.
Ángel, que en su DNI decía Ángel Jorge Pititto, pero para todos fue Mahler —así, sin necesidad de más—, dejó este plano acompañado por el amor de los suyos. Se despidió en paz, con la orquesta bajando el tempo, como si él mismo marcara el compás final.
Nacido en Buenos Aires el 23 de mayo de 1960, Mahler fue una especie de alquimista emocional: agarraba pentagramas y los convertía en corazones latiendo. Junto a Pepe Cibrián Campoy, armó una dupla que fue dinamita para la historia del teatro musical argentino. No hay porteño de ley que no haya tarareado alguna vez algo de Drácula, el musical, esa bomba que estalló en el Luna Park en el ’91 y que recorrió medio mundo con más de tres millones de almas coreando su obra.
Pero Drácula fue apenas la punta del iceberg. Mahler escribió más de 30 obras entre comedias musicales, sinfónicas y hasta infantiles. El jorobado de París, Las mil y una noches, Dorian Gray, Sueños en Blue, David, el Rey… la lista sigue y sigue, como las buenas melodías, que no se terminan nunca.
Además de ser un artista sensible y profundo, fue funcionario: entre 2016 y 2017, ocupó el cargo de Ministro de Cultura de la Ciudad. Desde ahí también hizo lo suyo: no se subió a ningún pedestal, impulsó la producción artística con criterio, sin estridencias ni marketing barato.
Se nos fue Mahler. Pero ojo, no se fue del todo. Porque hay artistas que no se mueren, apenas cambian de plano. Quedan flotando en el aire, entre el do sostenido y el silencio que le sigue. Su música, como esas cosas que nos marcan el alma sin que sepamos bien por qué, va a seguir sonando en cada teatro, en cada orquesta, en cada aplauso emocionado.
Como diría cualquier viejo tanguero de café: el tipo tenía un alma orquestada en tres por cuatro… y un corazón con partitura propia.
Buen viaje, Ángel. Que el aplauso final te encuentre de pie, como siempre.