Por El Archivólogo – Agencia de Guardia
Hay momentos que no se repiten. Y hay otros que quedan grabados en el inconsciente colectivo como tatuajes sonoros. Uno de esos días fue cuando Rodrigo «El Potro» Bueno cumplió un sueño de toda la vida: conocer en persona a su ídolo absoluto, el gran Charly García. Y no, no fue en un camarín, ni en un bar de Recoleta, ni en la vereda de un estudio. Fue en la mismísima casa de Charly, y con cámaras de televisión de por medio. El encuentro fue organizado ni más ni menos que por el Noticiero de Canal 9, y quien tuvo el privilegio de ser testigo con micrófono en mano fue el cronista Luis Grimaldi, periodista de raza y parte del archivo vivo del espectáculo porteño.
“Para mí hay tres Charlies en la vida”, dice Rodrigo en el video que quedó como testimonio inmortal de ese momento. Y no lo dice por decir. Se lo ve nervioso, con los ojitos brillosos, con esa mezcla de emoción y chamuyo que solo un ídolo popular de verdad puede transmitir. Porque Rodrigo no estaba actuando: estaba tocando el cielo con las manos.
Lo llevó hasta la casa el móvil de Canal 9, armado como una misión diplomática. Y ahí estaba él, Luis Grimaldi, mediador del encuentro, testigo privilegiado, y cronista con oficio. “Estás por cumplir uno de tus mayores sueños, ¿qué sentís?”, le pregunta off the records. Y Rodrigo, con voz de fan enamorado, le contesta que está “re loco”, que no lo puede creer, que para él Charly es como un faro. Que lo escucha desde siempre. Que lo emociona. Que es su referencia, su base, su inspiración. Que si el Potro era fuego, Charly era la chispa.
Cuando finalmente se encuentran, hay un abrazo que dura más que un tema entero. Rodrigo se cuelga del cuello de Charly como un pibe que acaba de ver al Diego en Fiorito. Y Charly, lejos de hacerse el estrella, lo recibe con una sonrisa franca, con esa mezcla de divo y porteño de departamento en Palermo que lo caracteriza. Humildad y rock and roll. Básico y contundente.
Luis Grimaldi, siempre al pie del cañón, observa y pregunta, tira puntas, deja que fluya. Su presencia le da al encuentro un tono de ceremonia informal, una especie de misa rockera con olor a ferné y tinta de noticiero noventoso.
Ese día, Rodrigo no solo conoció a su ídolo: se reconoció a sí mismo en ese espejo de grandeza. Y nosotros, los espectadores de a pie, entendimos algo fundamental: que los ídolos también tienen ídolos, y que la emoción no distingue géneros musicales.
“Lo que pasó entre Rodrigo y Charly fue como ver a Gardel charlando con Spinetta en una esquina de Almagro”, diría algún colifa por ahí. Y no estaría tan errado.
⚖️ El Veredicto de El Archivólogo
Este no fue un encuentro cualquiera. Fue un cruce astral. Rodrigo tocó su cielo, y Charly le abrió la puerta de su Olimpo personal. Todo orquestado por un móvil de Canal 9 y un Luis Grimaldi iluminado, que supo ver que ahí había historia. Historia con mayúsculas. De esas que no se escriben con tinta, sino con lágrimas, abrazos y canciones.