Por El Archivólogo | Especial para Agencia de Guardia
Hay gestos que no se olvidan. No porque estén grabados en bronce ni porque salgan en los manuales, sino porque están hechos con esa mezcla rara de coraje, palabra y vino tinto compartido en un bar de San Telmo. La memoria emotiva, esa que no se archiva en carpetas sino en el alma, vuelve a latir con Poesía Abierta, rebeldía y libertad, el documental que Diego D’Angelo estrenó este 5 de junio en el Gaumont y que ya pide pista en Rosario, Córdoba, Salta, San Luis, Santiago del Estero, Comodoro y el conurbano.
Porque, vamos a decirlo sin vueltas: el ciclo Poesía Abierta fue un acto de insurrección poética en los años en que hablar de más podía costarte la vida. Y mientras el país salía con olor a pólvora de Malvinas, un grupo de locos lindos se sentaba a leer versos en los bares. Sí, versos. En voz alta. Con el alma abierta como panadería a la madrugada.
El alma mater del ciclo fue Daniel Giribaldi, poeta, romántico incurable y agitador cultural, que entre 1982 y 1984 logró lo que muchos no se animaban: convocar a la palabra cuando todavía dolía hablar. En los bares de San Telmo —esos templos del alma porteña— armó reuniones semanales con lo más variopinto de la escena: desde jóvenes que apenas escribían sus primeras estrofas hasta gigantes como Julia Prilutzky Farny.
Poesía Abierta no era un ciclo: era una forma de respirar en medio del asfixie.
Y como dijo una vez Marechal: “Del laberinto se sale por arriba”. Giribaldi lo sabía y lo practicó.
Cuando Daniel murió en 1984, su legado no se apagó. Porque hay fuegos que en lugar de apagarse se reparten. Su compañera Beatriz Balve y su hija Aurora Giribaldi le pusieron el cuerpo y el alma al proyecto, mudándolo al mítico Viejo Almacén. Y ahí nomás, otro hito: el salteño Alejandro Arroz filmó en Súper 8 el documental Ayer se murió mi muerte (con ese título que te deja tildado como Win 95). El corto reunió a próceres del under como «Poroto» Botana, Jorge Marzialli, Perla Santalla, Edmundo Rivero y más. Un ejército de poetas, músicos, locos de la cultura, todos unidos por el arte y la memoria.
Pero el tiempo, que es cruel y no tiene corazón, guardó ese material en un cajón por más de 25 años.
Raúl Martorel en las escapadas nocturnas le hizo una entrevista imperdible al Autor y Director Diego D’Angelo antes de ver la proyección.
Hasta que un día, en plena pandemia, Diego D’Angelo hizo lo que hacen los héroes de bajo perfil: revisó una caja. Sí, una caja. En la casa de Beatriz encontró el Súper 8 perdido, junto con programas, fotos, audios y videos de esa movida poética que desafió al poder. Y como buen obsesivo —bienvenido al club, Diego— armó Poesía Abierta, rebeldía y libertad, un documental que no sólo revive el ciclo sino que nos recuerda que la cultura, cuando es verdadera, no obedece órdenes.
Porque como decía el gran Discépolo: “El que no llora no mama, y el que no afana es un gil”. Pero también, el que no recuerda… repite.
El veredicto del Archivólogo
Esto no es solo un documental. Es un acto de justicia poética, un homenaje a los que pusieron el alma en cada estrofa. Es la prueba de que la palabra tiene patas largas y corre más que los tanques. Que cuando alguien decide abrir la boca para decir lo que siente, ya está ganando la batalla.
Así que si sos de los que se emocionan con un poema leído en voz baja, si todavía creés que el arte puede cambiar algo (aunque sea un rato, aunque sea una mirada), andá a ver esta peli. Porque como dijo alguna vez una vieja sabia de San Telmo: “A veces, el bar es la patria”.
Y la poesía, el arma cargada de futuro.